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El Ánima

Por: José David Paternina Martínez



—¡La mañana está fresca como para salir a vender mis bollos! —decía Buenaventura Tenorio envolviendo los últimos que le quedaba. Se acercó al fogón de leña para acomodarlos en la olla, los soplaba con la tapa para controlar la intensidad de las llamas; mientras se cocinaban, aligeró los pasos para buscar al burro que se encontraba en la paja. Trataba aquella bestia como a uno más de la familia. Se aproximó a la salida de la casa y sujetó el animal cerca al portón, hizo una especie de nudo de estabilidad y procedió (con la ayuda de uno de sus hijos) a ponerle la angarilla al burro. Colocó después las cestillas repletas de limoncillos y guayabas que habían recolectado el día anterior.

 

—¡Caramba hija! Ve y mira si se cocinaron los bollos, que ya deben de estar listos —le dijo un poco fatigada. Su hija salió sin prisa para ventear las llamas y destapar el caldero, acentuó con la cabeza indicando que estaban listos; por lo que auxilió a acomodarlos al borriquete para que se ventilaran y estuvieran listos para  venderlos al pueblo. El sol calentaba la mañana y doña Tenorio se alistaba sacudiendo un viejo abanico; uno de sus hijos le ayudó a subirla a la bestia, mientras éste seguía sujeto al portón. Salió animosa y a la vez resuelta, manifestando a la venta los productos agrícolas:

—¡Compren bollo, frutas, la guayaaaaaba doñaa! ¡Llévense dos por tres centavos, venga doñaa! —expresaba.

 

Los habitantes de Pisa Flores salían entusiasmados para comprar el bollito o la arepita que se les ofrecía; se acercaba con amabilidad a las tiendas para intercambiar los productos, hacía descuentos y con ternura, les obsequiaba a quienes no tenían con qué pagarle. Luego de una exitosa venta por la vereda, dispuso (como lo hacía todos los días) andar por la carretera destapada con rumbo hacia el pueblo sahagunense; arreaba al burro con una vara de matarratón para apresurar los pasos. Al llegar, se acomodó frente al parque central y ató el animal en el palo de totumo, colocó las cestillas sobre las bancas y se sentó a esperar los compradores.

Después de haber vendido toda su mercancía, decidió regresar a su rancho observando el cielo oscurecido y estrellado, se encaminó por la orilla de la carretera angustiada porque ya se había hecho de noche, desvió la marcha hacia la carretera destapada; pero, justo a tres kilómetros de la vía que conduce a Catalina, el burro sufrió un espanto (como si hubiese visto al propio demonio)  comenzando a corcovear todo enloquecido. La campesina lidiaba para fijarse vigorosamente y evitar una fuerte caída, pero el burro dio un pataleo atolondrado y giró tan repentino que, provocó el desplome mordaz a la pobre anciana. Había huido entre la maleza del monte, mientras que el cuerpo de Buenaventura Tenorio yacía tendido sobre el suelo.

 

A la mañana siguiente, los pueblerinos divisaron el cuerpo tumbado a la orilla del camino, se aproximaron para auxiliarla, pero la notaron sin signos vitales. Los llantos y lamentos de sus familiares conmovieron a quienes estaban presentes en el velorio; pues, no se explicaban el porqué de la pérdida de una persona tan bondadosa, que ayudaba a los que no tenían con qué sostenerse. Tras haber pasado varios días, las personas se acercaban al sitio donde había fallecido Buena Tenorio; se posaban frente a la cruz que se colocaba como de costumbre a la vera del camino. Arrimaban cada vez para saludarla, algunos pedían consejos, otros para implorarle ayudas y peticiones. Al poco tiempo, las plegarias comenzaban a dar sus frutos; por lo que, comenzó a ser parte de una tradición: llegar al lugar para orar por algún milagro.

Un día, la virtud de doña Tenorio comenzó a tomar fuerza, cuando un sujeto se había ganado la lotería gracias a las peticiones que les había hecho; por lo que, el benéfico le construyó una pequeña capilla de bloques pintados como agradecimiento. De allí, muchas personas aledañas al lugar, se acercaban para velarla. El sitio había pasado de ser una tragedia, a ser un lugar de paz; donde abundan enamorados que piden por las bendiciones, ganaderos que suplican por tener más riquezas y pobres que aún, ruegan por tenerla.

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