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LA CAFETERÍA

Por: José David Paternina Martínez

Hoy como todos los días, dispusieron a reencontrarse en la cafetería, el Inodoro, el Lavamanos y la Regadera; uno sugirió dos tintos, otro un descafeinado. Comenzaron a discutir sobre las labores correspondientes en sus respectivas clases universitarias, lo que se debía y no realizar. Más tarde, llegaron como en fila india las primas Lavadora, Secadora y Exprimidora; se habían ubicado por la parte derecha de la cafetería. Al poco rato, entre el ruido, la bulla y el desorden de la primiparada, se levantó trastornada y apoyada de manos en la mesa de metal una de las tres azaradas primas:

 

­­­—¡Basta! —Irrumpió Exprimidora.

 

—Ya estoy harta de esta tediosa labor, me he cansado de exprimirles las ideas de los textos a las personas que leen y no comprenden. Todos quedaron estupefactos, los libros y portátiles de otras mesas comenzaron a reabrirse. El silencio retornó a los lugares, las miradas disminuyeron cabizbajas; todos se miraban entre  sí sorprendidos. Inmediatamente su prima Secadora la calmó y la sentó en el lugar y le dijo:

 

—No exageres prima, al contrario tuyo, mi labor me da nauseas. Siempre me toca girar en torno a sus ideas y ponerles los libritos al sol —resaltó. Pero Lavadora no aguantó más ante la insólita situación e insultó a las dos por sus desconsideradas opiniones.

 

—¡Yo trabajo el doble que ustedes! Me toca lavarles las ideas equívocas y enjuagarles las mentes para que se vayan haciendo a la idea de que en la universidad se viene es a estudiar. —recalcó.

 

En general, y para ser más específico, ellas fueron las más creídas del programa, sin mencionar que se la pasaban criticando a quienes se les atravesara en el camino.

La cafetería había quedado en completo orden, algunos estudiantes ubicaban las botellas por el piso para ser tropezadas, otros con las cartas de barajas sobre la mesa. Por un momento, todo se percibía en un extraordinario silencio. Al poco rato, el desorden comenzó a tomar fuerza en la cafetería y la algarabía reanudaba sin sentido por el tropiezo de las botellas en el suelo y la bulla de la voz clamando primiparadas.

 

—¡Silencio! —Exclamó el Inodoro. ¿Acaso no ven que doña Regadera se encuentra nerviosa con tanta bulla y tanto desorden? —interpeló.

 

A la Regadera tuvo que decirles lo que intentaba hacer cada día en sus labores de estudiante:

 

—Mi único deseo es hacerles llover ideas a las personas, empaparlas de lecturas —dijo. Nuevamente la cafetería quedó silenciada por esa lluvia de palabras, las cartas se guardaron, las botellas se llevaron a las canastas y los libros fueron tomados en cuenta.

 

—A diferencia de ustedes, nosotros somos más sinceros y llevamos la peor parte del trabajo —dijo el Lavamanos un poco trastornado.

 

—Yo, que soy tan humilde me escupen los males, los chismes del programa! ¡Conmigo sí se lavan las manos y yo no digo nada! —resaltó. Pero el Inodoro no tuvo más que interferir en el diálogo y simplificar sus verdades.

 

—¡El mío es más extravagante! Pues cumplo con la tarea que ninguno de ustedes es capaz de cumplir. He recibido en el transcurso de los años todas las desdichas de la carrera y no digo nada, siempre me quedo en silencio esperando a que puedan por lo menos reconocer mi trabajo. Y añadió: —Pero en vista de que estamos en total desacuerdo, he decidido marcharme sin más preámbulo.

 

El inodoro ante tanta discusión se había desvinculado de la cafetería y decidió avanzar por las filas de la indigencia. Sus amigos quedaron entumecidos ante aquella horrible decisión. Mientras todos se dedicaban a cumplir la tarea que les correspondía como estudiantes, él había decidido ser un desempleado más en el país.

 

Por culpa de los malos entendidos, de la poca capacidad de interpretar y de buscar la verdadera razón del problema, se había perdido un ideal, y así terminó todo, y seguirá si no buscamos la verdadera razón por la que todos estamos aquí.

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